Chinácota, ubicado a unos 40 kilómetros de Cúcuta, la capital de Norte de Santander, es la prueba fehaciente de un resurgir. De ser un pueblo principalmente agrícola, arraigado en sus costumbres y en su principal activo que era el campo, con el tiempo pasó a convertirse en una de las joyas turísticas del departamento.
Hasta los años sesenta, este municipio, localizado en el suroriente de la región, con unos 11.982 habitantes en la época donde se vivía de la panela, el café y el plátano. Era una vida tranquila y enfocada en el campo, con poca infraestructura turística. El comercio giraba en torno al intercambio entre sus propios pobladores.
Sin embargo, hoy, cientos de visitantes llegan cada fin de semana en busca de toda la experiencia que ofrece este acogedor paraje, como su clima templado, sus enormes y hermosas vistas verdes y la gran variedad gastronómica que allí se encuentra.
Chinácota hoy mucho más grande que ayer con 19.703 habitantes, tuvo un renacer. Pero esa evolución no se dio de la noche a la mañana, sino que fue producto de varios factores que influyeron de una u otra forma en ese antes y después del que muchos pueden dar fe.
La pavimentación de la vía Don Juana–Chinácota, sin duda, fue clave para la transformación de este municipio, pues recorrer este trayecto era un verdadero calvario, lo que hacía poco atractivo llegar hasta allí.
La construcción de infraestructuras como la primera plaza de toros del departamento, el rescate de la Feria Internacional de San Nicolás que fue en 1964, los reinados de belleza en el parque principal, la construcción del Teatro Iscalá y el Hotel Islavita, fundado debido a la necesidad de hospedaje para aquellos que venían a las ferias, a ver las corridas de toros o el espectáculo de la elección de las reinas de belleza quienes eran enviadas por los respectivos alcaldes de los municipios, abrió paso a un gran flujo de visitantes que, enamorados por la combinación de naturaleza y cultura, descubrieron en Chinácota un destino cómodo, entretenido y cercano a Cúcuta.
Pero, más allá de carreteras y opciones de esparcimiento, la gastronomía local ayudó a sentar las bases de este boom turístico. Y es que Chinácota no solo conquista por su paisaje, sino que cada plato servido en sus restaurantes cocina también la historia de su posicionamiento como uno de los destinos turísticos más vibrantes de Norte de Santander.
Una de las particularidades de la gastronomía chitarera es que fácilmente puede transitar entre los sabores tradicionales que ofrecen y conservan los restaurantes más antiguos y en cuyas cartas se pueden encontrar platos caseros, recetas heredadas y entornos acogedores que recuerdan la esencia de lo que conocemos como pueblo. Pero a unos cuantos pasos de allí también se encuentran propuestas más modernas e innovadoras que fusionan sabores internacionales intactos o con algún toque propio, espacios y estéticas pensadas para una generación de visitantes que busca una experiencia distinta.
Y, por si fuera poco, si algo le ha dado un toque especial a la oferta gastronómica en Chinácota son sus tradicionales y deliciosos dulces que deleitan el paladar de cada persona cuando experimenta todo lo que ofrece este municipio.