Gerardo, de piel trigueña, vista desgastada y estatura media, cuenta la transformación de su territorio, o como él prefiere llamarlo, el estancamiento en el que se encuentra. Desde el 2010 todos los martes y jueves ensayan danzas y cada 15 días hay conversatorios donde intentan recuperar o al menos preservar por medio de la música, el folclor, la poesía y la lectura la poca historia que les queda.
Al llegar el 2016, este hombre decidió abandonar la educación en el Colegio Villa del Rosario e instalarse a pocos metros de allí, en medio del poco espacio en su casa, ubicada en el barrio Fátima.
Rodeado de paredes blancas, elementos antiguos, fotos borrosas y la nostalgia de los años mozos se empeñó en no abandonar la historia de su tierra que incluye su vida y la de Colombia. Su ideal fue y será ser un faro marítimo que guíe y no deje perder el conocimiento en las profundidades de la indiferencia.
Su abnegación es admirada por los 15 barrios que componen el municipio, las mismas personas lo reconocen como un paladín de su comunidad y si hay que preguntarlo, es más fácil ubicarlo por “el historiador del pueblo" que por su nombre de pila.