La ven rockera y la llaman satánica: prejuicios viejos disfrazados de opinión.
Foto por Heidy Pérez.
La ven rockera y la llaman satánica: prejuicios viejos disfrazados de opinión.
Foto por Heidy Pérez.
Sábado 4 de octubre de 2025. El motivo de la distracción no es ni la llegada del sacerdote al altar para predicar su sermón, ni mucho menos el inicio de una cadena de oración. Es el arribo al templo de una mujer con el rostro pintado de blanco y negro, labios delineados con un color vinotinto intenso, traje negro y una camándula lo suficientemente grande para que todos puedan observarla.
Un atuendo que para muchos de los que se encuentran allí presentes, no es el más apropiado para entrar al “templo de Dios”, sino que parece más bien digno de un ritual del mal.
Las miradas curiosas y los susurros no tardan en llegar. Algunos fieles le siguen con la vista. Sus ojos hablan más que las palabras. Entre el asombro y el reproche llega la desaprobación: “satánica”, dicen algunos. “No debería estar aquí”. “Este no es un lugar para esa mujer”. “Eso no tiene presentación”, comentan otros.
Afuera, en el parque Santander, al preguntar por lo sucedido, las opiniones se dividen. “Eso para mí es normal, cada quien tiene su gusto”, dijo Felipe Vivas, mientras otros todavía miraban hacia la catedral con desconcierto.
Este experimento social es el fiel reflejo de una sociedad en la que los estigmas pesan y van dejando huella, como ese que vincula al rock con el satanismo y otras prácticas negativas, una creencia que ha sido reforzada por ideas religiosas, falta de información y prejuicios que vienen desde hace muchos años.
De eso sí que pueden dar fe en Pamplona, un municipio ubicado a tan solo 73 kilómetros de Cúcuta, la capital de Norte de Santander, que se caracteriza por su profundo arraigo religioso, tanto que su Semana Santa es una de las más concurridas del país, y en donde, particularmente, el rock y el metal tienen una fuerte influencia.
Según cuentan los que saben del género, hacia 1994, Rafael Mendoza y Wilmer Ballesteros fueron los primeros en traer este género a la Ciudad Mitrada, al crear Dasein, la primera banda de heavy metal, una competencia directa a la carranga y la guabina, sonidos tradicionales de este municipio.
Desde entonces, la estridencia de las guitarras eléctricas y el permanente retumbar de las baterías siguen sonando allí como un desafío, mientras que cada nota y cada letra parecen repetir la misma pregunta: ¿Dónde termina la fe y empieza el prejuicio?
Una familia unida por el amor, el estilo y el rock: vibras fuertes, corazones auténticos.
Foto por Lineth Guerrero
En la emblemática Plazuela Almeyda, en Pamplona, como si de una rutina se tratase, una familia vestida de negro con un auténtico look rockero pasea con su perro. Kenyd Ramírez, el padre de familia, es vocalista y guitarrista de la banda Lord Thanatos. Desde hace un poco más de 10 años, combina su faceta de músico con su profesión como docente de inglés en un colegio religioso.
En sus inicios, por allá en los años 2000, cuando empezó con la música, recuerda haber sido víctima de los señalamientos por su estilo. Tener el cabello largo, usar pantalones ajustados y chaqueta de cuero era objeto de reproche. La gente se portaba grosera con él y era ruda."El estigma es a veces una respuesta. Viene siendo como colocarse una coraza", opina.
Frente a la mirada ajena que impone estigmas, él sigue firme, cargando historias que no lo definen.
Foto por Lineth Guerrero.
Al ser docente en un colegio religioso, los prejuicios se intensifican más. Muchos padres de familia dudan de si en verdad es profesor, pero menciona que solamente es cuestión de que lo conozcan en verdad, para que cambien de parecer.
"Ni la corbata hace buenas personas ni el pelo hace malas personas”, dice con certeza y convencimiento. Aunque no profesa la fe católica, este docente afirma tener su faceta espiritual muy clara y asegura que nunca ha tenido dificultades para participar en misas y actos religiosos que organiza el colegio donde trabaja.
Y como bien reza el dicho de que ‘hijo de tigre sale pintado’, Susan Ramírez, hija de Kenyd, también heredó el gusto de su padre por este género musical. La joven cuenta que su relación con el rock y el metal surgió gracias a sus padres, quienes desde pequeña se lo enseñaron. Su amor por la música está más orientado al rock tipo baladas; considera que este estilo es único, ya que es muy elaborada y sus letras siempre tienen una enseñanza.
Detrás de su sonrisa, carga el peso silencioso de ser juzgada por su estilo rockero.
Foto por Lineth Guerrero.
Con tan solo 16 años, Susan ya ha tenido que lidiar con los señalamientos y la estigmatización por su forma de vestir, su cabello y como se maquilla. "Siempre me dicen que soy rara, me tratan mal o me dicen Otaku. Lo dicen de forma despectiva", reprocha.
Pese a la presión que esto pueda generar en una persona tan joven, ella cuenta que trata de sobrellevarlo no dando importancia a las personas, porque, al final de todo, no tienen el conocimiento de esa música. "Cada uno tiene su estilo y no hay que tratar mal a las otras personas por ser diferentes. Yo no podría tratar mal a alguien porque le guste el reguetón, vallenato, cualquier cosa”, sugiere.
En Pamplona, historias como las de Kenyd y su hija se entrelazan en cada rincón del municipio. El rock resuena en las calles, en plazas, casas y bares, pero, particularmente, lo que une a quienes sienten una atracción por este género, no solo es la música, sino los prejuicios que en pleno siglo XXI los persiguen. Miradas y comentarios pasivo- agresivos que no solo afectan su vida personal, sino también en la laboral. Porque en un lugar donde la fe y la religión están tan arraigadas, pareciera que no importa el talento, ni las cualidades, sino la apariencia.
En cada paso laboral, arrastra miradas que juzgan más su cabello que su trabajo.
Foto por Lineth Guerrero.
Deivis Lázaro, músico, poeta y estudiante de filosofía, recuerda con felicidad cómo nació su pasión por el rock y el metal. Una relación de infancia con estos géneros que descubrió por sí solo. Actualmente, trabaja en tres proyectos musicales: Morphogenesis, banda de black metal; Keichhc, banda de hardcore y 0TiP, de pvnk rock. "Para mí, todos son igual de importantes", asegura con convicción.
Al hablar del tema, su rostro refleja tranquilidad y satisfacción, sin embargo, no oculta que en su momento vivió en carne propia lo que es la estigmatización por sus gustos musicales. "Ha ido desde lo social y lo cultural, llegando desde las miradas despectivas incluso hasta el límite de los insultos", cuenta.
El estigma ha llegado a afectar también su vida laboral. "Es muy difícil desprenderme de mi pelo; yo no puedo simplemente raparme", explica. Sin embargo, en Bomber Rock Bar, un lugar ubicado en el municipio de Pamplona donde trabaja desde hace dos meses, ha encontrado un ambiente diferente. "La gente no lo mira a uno mal ni hay una especie de maltrato psicológico", afirma.
Deivis cree que muchas personas son ignorantes frente a la discriminación y viven en su error. "De alguna manera, están cohibidos de hacer las cosas", piensa. Pero él se muestra optimista: "Ya hemos dado el primer paso. Tenemos un pie adentro y un pie afuera".
Para este músico, el metal es libertad, es expresión de lo que nos hace mal. "Esto es una expresión musical como cualquier otra. Tiene la misma validez que un vallenato, bachata, folk o una ópera rusa de los años 30”, considera y con determinación, admite que, "aunque sufra, hago lo que me gusta y eso nadie me lo va a quitar".
El rechazo hacia la cultura del rock no siempre nace del odio, sino del desconocimiento, ese miedo que tiene la sociedad a lo diferente y que termina siendo confundido con una amenaza hacia sus creencias. Es allí donde su respuesta ante lo nuevo se convierte en prejuicios y discriminación.
Pamplona, una ciudad profundamente marcada por la religión, pero también por la educación, al tener una de las universidades más influyentes de la región, además de un sinnúmero de colegios, paradójicamente, pareciera navegar también entre el contraste del desconocimiento.
En cada mirada se esconde un juicio silencioso: la sociedad, siempre tan pronta a prejuzgar.
Foto por Lineth Guerrero.
José Domingo Martínez, un testigo de jehová que ofrece libros en el parque principal del municipio y se caracteriza por su forma de vestir elegante y pulcra, considera que el hecho de que los jóvenes se vistan de negro y lleven tatuajes, es un comportamiento incorrecto. Para él, escuchar rock simboliza “drogadicción, perdición y depresión”.
Su criterio surge de lo que asocia su mente con este estilo de música y los estereotipos que se han venido afincando alrededor de un género ruidoso, “oscuro” para muchos y rebelde. A pesar de que reconoce que nunca ha asistido a un evento de rock y ni siquiera lo ha escuchado, tiene su idea bien clara de que este no es un tipo de música “bueno”.
Sin embargo, la forma en que una ciudad tan aferrada a la fe y lo espiritual percibe la cultura del rock no es igual para todos. Mientras algunos lo asocian con lo profano como José, otros, desde la misma fe, optan por una mirada más compasiva e invitan a no caer en el prejuicio.
Con calma nos recuerda: no se juzga lo que no se conoce.
Foto por Lineth Guerrero.
En un salón lleno de cuadros religiosos y la escultura de la Virgen María, detrás de unas rejas café, se encuentra la hermana Clara Josefina de Jesús Sacramentado, religiosa clarisa de la comunidad de Santa Clara de Pamplona. Lleva 43 años allí, aislada del mundo moderno, viviendo la mayor parte de su vida alejada de las tendencias, nuevos géneros musicales y las nuevas tecnologías.
Aunque nunca ha escuchado rock ni metal, hace una invitación a los jóvenes a acercarse a Dios, pues para ella lo importante es valorar a la persona como tal y no por lo que representa.
Y así como en Pamplona la hermana Clara Josefina invita a no juzgar desde el desconocimiento ni a dejarse llevar por las apariencias, a pocos kilómetros, en Cúcuta, también surge una voz que busca tender puentes entre el rock y la fe; entre el rechazo y la aceptación.
Sacerdote y rockero, camina entre templos y riffs, desmontando el mito de que el rock es oscuridad.
Foto por Angélica Ríos.
Se trata de Luis Jesús García Velasco, sacerdote de la iglesia Santa Lucía, adscrita a la Diócesis de Cúcuta, conocido también por ser un padre rockero. Curiosamente, a partir de su gusto por este género musical, el padre decidió asumir la misión de cambiar la visión de los religiosos hacia el rock.
Como para muchos, desde siempre, esta música y sus letras han sido consideradas un símbolo del satanismo, de lo pagano y de lo que no está bien, el padre García Velasco, estudiante de maestría en TICS aplicadas a la educación, ha querido dejar claro que, “la iglesia en ningún decreto, en ningún documento oficial dice que el rock es satánico y que no hay que escuchar rock”.
El considera que este género es una religión y una forma de “religarse” con la vida. “La palabra religión proviene del latin rellare o relegere. Tanto la fe como la música es estar ligado; ligado a un gusto, ligado a algo que mueve las fibras; la música, las fibras emocionales, la religión, las fibras espirituales”.
Es por eso que para el padre García, el rock es rebelde: “Una voz que se oponga a todo lo que es injusticia, al estatus. La religión es también eso, es oponerse a un sistema injusto, por eso el verdadero cristiano se opone al mundo, está en contra del mundo. Y la esencia del rock es esa”, resalta.
Una frase que lo marcó y lo acompaña cada día, proviene de una canción: Beautiful, “Mereces lo que sueñas”. Y aunque reconoce que la Iglesia católica ha sido criticada por distintos motivos, aclara que eso no le molesta.
Como suele suceder con muchos otros géneros musicales, dentro del amplio universo del rock existen expresiones que llevan el arte y sus distintas formas de manifestación al extremo, lo cual suele alimentar el estigma de que todo cuanto rodea este tipo de música es satánico o tiene una relación estrecha con el mal.
Sin embargo, por lo general se trata de exploraciones individuales en las que los artistas convierten su propia historia, su dolor o sus búsquedas espirituales en materia prima para el performance.
Cuando la sangre se vuelve arte, el dolor encuentra un lenguaje para decir lo que el alma calla.
Foto de cortesía "Morphogenesis".
Este es el caso de Geo Restrepo, guitarrista y vocalista de Morphogenesis, quien creció en una familia religiosa, pero con el paso del tiempo empezó a desarrollar el gusto por el black metal después de una tragedia personal.
Este subgénero del rock es conocido porque sus letras hablan de satanismo, adoración al diablo, el egoteísmo y el pecado mismo. No obstante, el mismo desconocimiento que hay en torno a la cultura de este género musical en toda su dimensión, ha llevado a la generalización.
Geo, a sus 14 años, perdió a su hermano Santiago Restrepo, quien apenas tenía 9. El pequeño falleció por una complicación del dengue que padecía y ese lamentable hecho marcó para siempre la vida de este, entonces, adolescente.
“Ese fin de semana le había pedido mucho a Dios, le dije que me llevara a mí, porque a mí ese fin de semana me dio varicela y me dio muy fuerte”, recuerda con frustración. Fue este episodio el que lo llevó a cuestionar su relación con la religión y a cruzar la delgada línea entre lo que está bien y lo que está asociado al mal.
Por eso, de venerar figura divina, pasó a sentir atracción por el satanismo. El black metal, dice, le facilitó el camino. Geo dice que este tipo de música es una forma de arte que requiere tener una postura bien clara entre lo que es el ocultismo y hablar de Lucifer. “Satanás, es un estilo de vida”, considera.
En las presentaciones en vivo con su banda, este vocalista y guitarrista hace un performance con el que busca transmitir la esencia de la oscuridad que este género representa para ellos.
Antes del espectáculo, Geo se extrae sangre con jeringas y la guarda en tubos lila especiales para evitar la coagulación. Durante la canción Paganismo Antiguo, vierte la sangre en un cáliz, la bebe y luego la escupe al público o sobre su rostro. Para él, este acto es una forma simbólica de representar la oscuridad que caracteriza al black metal. Además, utiliza el corset pain, elemento que forma parte de la identidad visual de la banda. Geo menciona que desea seguir incorporando rituales escénicos y profundizar en su conexión con el satanismo como parte de su expresión artística.
Pero estos casos, lejos de definir al género, revelan justamente su amplitud y confirman que el rock es un espacio donde caben desde quienes lo escuchan, como simple disfrute musical, pasión y conexión, hasta quienes encuentran en él una identidad más transgresora.
De ahí que, expresiones como las de Morphogenesis pueden parecer radicales para un sector de la comunidad, pero representan solo una de las muchas formas en que el arte se manifiesta en Pamplona.
En una ciudad donde predomina la fe, la diversidad cultural avanza, abriendo puertas que antes parecían selladas.
Foto por Maryan Sánchez.
Mientras artistas como Geo exploran las diferentes expresiones del arte desde lo desconocido, en Pamplona, ciudad ampliamente rockera, también surgen esfuerzos por dar a conocer la diversidad de expresiones culturales y artísticas que allí convergen.
Desde instituciones como el Instituto de Cultura y Turismo de Pamplona se busca romper los estigmas, creando estrategias y espacios donde los diferentes géneros musicales puedan participar y mostrar su talento.
Margarita Leonor Camacho, directora de esta entidad, asegura que la oferta cultural del municipio es amplia y diversa, y que a lo largo de los doce meses del año se dedican a promoverla, sin distingo de las creencias del municipio.
“Buscamos generar espacios de circulación mixtos que permitan la participación de públicos variados y, al mismo tiempo, formar nuevas audiencias que desconocen ciertos géneros”, explica Camacho. En estos escenarios confluyen la música andina, el rock, la música popular y las propuestas de DJ, mostrando la riqueza y pluralidad cultural que caracteriza a Pamplona.
Según la directora, el propósito es que el público comprenda que, así como existe un artista de rock, también hay uno de tiple, y que, del mismo modo que se disfruta de la música tradicional, también se puede apreciar la popular, la moderna u otras.
El Instituto se distingue por su apertura a las propuestas de todos los colectivos culturales. Entre sus principales eventos se encuentra el ‘Pamplona Rock Festival’, realizado con apoyo del Ministerio de las Culturas, las Artes y los Saberes, y organizado por la Fundación Herencia y Arte. Además, apoyan el ‘Festival Rock B Oriental’, que fortalece las expresiones alternativas de la región.
“El año pasado realizamos una exposición de rock en alianza con el Museo Casa del Febrero. Se llamó Colombia Extrema: el país visto desde el rock y el punk, una mirada a la violencia del país a través de estos géneros”, contó Camacho.
Desde la Secretaría de Cultura también se han impulsado convocatorias públicas que incluyen la participación de bandas de rock y metal, buscando darles visibilidad en medio de un entorno tradicionalmente conservador.
“Todos sabemos que Pamplona es una ciudad profundamente religiosa y eso es bonito porque es parte de su identidad. Sin embargo, algunos jóvenes artistas sienten cierta exclusión por parte de algunos sectores”, reconoce.
Como parte del trabajo que vienen liderando, hace tres años se inauguró la Plaza Cultural San Fermín, un espacio donde se desarrollan múltiples actividades y presentaciones artísticas abiertas al público.
Deivis Lázaro, tocando en su lugar de ensayo en pamplona.
Foto tomada por Maryan Sánchez.
En 2016, en la Ciudad Mitrada tuvo lugar un evento que buscaba promover entre los jóvenes la idea de que el rock no es necesariamente un generador de violencia o conducta conflictiva, y de qué forma se podía integrar como parte de la cultura activa y plural del municipio.
En ese momento, el diario La Opinión registró que la Fundación Herencia y Arte, con el apoyo del Programa Nacional de Concertación del Ministerio de Cultura, llevó hasta las instituciones educativas la gira ‘Rock Festival al Cole’, una propuesta que buscó derribar prejuicios y demostrar que el rock también puede ser sinónimo de educación, convivencia y cultura.
Más de 600 niños y jóvenes participaron en las jornadas que combinaron conciertos con los grupos Remembranzas y Yone Band Of, junto a espacios dedicados a los juegos tradicionales colombianos, como el trompo, la golosa las metras, el yoyo, la coca y el lazo.
El objetivo era claro: rescatar la esencia de la infancia y mostrar que la música puede convivir con la tradición. “Queríamos que los jóvenes disfrutaran el rock en un ambiente sano y familiar, lejos de los estigmas que lo asocian con la violencia o el desorden”, explicó Gregorio Ortiz, director del proyecto ‘Pamplona Rock Festival’.
La encargada de logística, Nubia Rozo, destacó que el proyecto también sirvió para romper el estigma que por años ha acompañado al género. “Fue enriquecedor ver cómo los jóvenes se acercaron al rock sin prejuicios, entendiendo que no promueve el consumo de drogas ni el alcohol, sino la expresión y la creatividad”, señaló en su momento.
Imagina que desde hoy comienzas a escuchar el rock y encuentras en él eso que las palabras no dicen, pero están en el alma. Te cautiva tanto que te vuelves rockero, tanto así que decides usar su icónico estilo, llegas a la Plazuela Almeyda, en Pamplona, caminas por allí, disfrutando del paisaje. Esta vez no están las miradas llenas de prejuicio, ni los susurros juzgadores que buscan señalarte.
Esa es la libertad que tanto anhelan las personas que han sido víctimas de los prejuicios por escuchar y tener el icónico estilo del rock, pero que actualmente aún no se logra.
Es este escenario por el que se sigue trabajando en esta ciudad religiosa, pero cultural, con el ánimo de romper los estigmas, promoviendo la inclusión y dejando claro que el rock es un género que invita a la reflexión y la libertad de expresión.
La música no es enemiga ni de la fe, mucho menos de la sociedad; en realidad esta es una manera de reflejar emociones y experiencias. Y aunque en algunos lugares persisten los prejuicios siempre estarán presente aquellos que deciden no vivir en el desconocimiento, amar la cultura del rock y soñar con que algún día la sociedad deje de juzgar por las apariencias y pueda reconocerlo como parte de la riqueza cultural.